vendredi 13 janvier 2017

La increíble y triste historia de una compra frustrada en viernes 13

El tiempo es el mejor anti-inflamatorio. En mi caso, de efecto rápido. Hoy me he dado cuenta de que el coche que se había adueñado de mis desvelos hasta hace unas horas ya no será mío. Probablemente nunca. Un mes ha pasado desde el primer flechazo hasta el momento del desengaño. Durante este tiempo, estos treinta días aproximadamente, me maravillaba pensar que, como si hubiera asistido a una alineación de planetas, había encontrado exactamente lo que venía buscando hacía tiempo: 911 SC Coupé en magnífico estado, a un precio muy interesante, procedente de un particular que transmitía confianza y, lo más difícil, en el color que a mi juicio mejor le sentaba.
Sin que me sobre el dinero (ni mucho menos), fue una cuestión de, digamos, pudor, lo que me hizo evitar que se me juntaran dos 911 en el garaje (tengo un SC Targa), sobre todo por lo que respecta a convencer a tu mujer de que comprar un coche casi igual al que ya tienes no es derrochar el dinero. Así, me puse manos a la obra y anuncié el mío. Hubo llamadas, también correos. Diez o quince en total. Para dificultar las cosas, el coche lo tengo en Requena (Valencia) y yo vivo y trabajo en Madrid. Los interesados se fueron diluyendo ante las dificultades a la hora de ver el coche.
Mientras tanto, la relación con el vendedor del coche que yo quería se hacía fluida. No pasan cinco días sin que uno de los dos llamara al otro, sin que le hiciera yo alguna pregunta o él me mandara un whatsapp, en ocasiones con algún detalle del coche que alimentaba mi ilusión. Fueron así viniendo de forma natural las bajadas de precio por su parte... hasta que llegué a esta semana de mediados de enero. Bajo el mío a 29.000 en un intento de que no se demorara más el asunto. Recibo rápidamente una llamada: una persona de Toledo va a ver cómo se organiza para verlo y yo estoy dispuesto a hacer con él los 300 km de ida y 300 de vuelta (desde Madrid) para enseñárselo.
En una de las últimas llamadas, el entonces propietario me había comentado dónde mantenía el coche. Yo le había preguntado si le importaba que llamase a ese especialista por si me podía dar algún detalle del coche que él no hubiese recordado. Accedió, y al día siguiente me veo llamando al taller, un conocidísimo centro de reparación y venta de Barcelona. Es 11 de enero de 2017. Me lo coge una secretaria o recepcionista que rápidamente me pasa con la persona por la que pregunto. Al otro lado del teléfono me habla un hombre de voz tranquila. Le expongo mi caso, le menciono que estoy muy interesado en un coche, le digo quien es su dueño y le comento la fecha de la última factura (diciembre de 2016) y el importe de la misma. Tras un instante de duda, recuerda y comienza a hacerse una idea precisa del coche del que hablamos: está sano de chapa, pintura en bastante buen estado, quizá la segunda entre un poco dura y le queden mal los asientos, que no tienen el tapizado original, pero el coche está muy, muy bien. Sólo sus llantas ya cuestan 4.000 euros y si tiene alguna pequeña pérdida de aceite no es en absoluto importante. Me lo cuenta todo de forma aparentemente desapasionada, muy correcta, profesional. Su veredicto es claro: "es un coche muy interesante porque de esos ya van quedando pocos".
Su opinión refuerza mis ilusiones. Al día siguiente llamo al vendedor, pero me manda un whatsapp diciendo que está reunido, y como yo también estoy hasta arriba de trabajo, quedamos en hablar el viernes 13... Mal día; su llamada comienza así: "Carlos, te tengo que dar una mala noticia..."
Me informa entonces de que una persona, en concreto esa misma a la que yo pedí información sobre el coche, le ha llamado para quedárselo. Esa misma mañana le ha abonado la señal. Le agradezco la llamada y le agradezco sinceramente el buen trato que ha mantenido conmigo. Él no tiene la culpa de nada; bastante había hecho ya con rebajarlo.
Busco entonces el teléfono del profesional que se lo ha quedado y llamo. No cabreado. O, mejor dicho, cabreado pero con la facilidad que siempre he tenido para disimular cualquier maremoto interno. Mi intención es reprocharle el feo oportunismo que ha mostrado con la operación. Me lo vuelve a coger la misma secretaria o recepcionista de hace dos días. La persona con la que quiero hablar no está. Me dice que le explique qué deseo. "Soy el mismo que dos días atrás estuvo hablando con él por un coche que mantienen ahí y que quería comprar", le digo, y le dejo mi teléfono. Ella asegura que me llamará. Pero yo sabía que no lo iba a hacer.
Volveré a ver el coche, pero será en la web de ese negocio, junto a un texto que contará las alabanzas del motor y el estado de la carrocería y con un precio que en nada se parece al que pagó quien se me adelantó.
No soy supersticioso, pero ¡vaya viernes 13!


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