Hace tiempo que por motivos varios preferí aparcar el 951 y, como suele suceder cuando se tiene que guardar un coche, entre una cosa y otra nunca llegaba el momento de poder hacerle las cosas que le hacían falta antes de ponerlo en marcha de nuevo.
Siendo un coche puramente de disfrute, siempre intento tenerlo al 100% y cuando empecé a oir algún ruido esporádico de las homocinéticas con la marcha atrás pensé que sería mejor pararlo hasta poder revisarlas. También tocaría pronto poner neumáticos delanteros, revisar la batería, etc.
De modo que el coche se pasó 30 meses bajo su lona hasta que el sábado decidí resucitarlo. Llené de ácido la batería nueva y la cargué. Cuando compré el coche hace años vivía fuera de España y había llegado a estar algo más de un año aparcado, pero nunca tanto tiempo como ahora. Así que esta vez también le saqué las bujías y con una jeringa le puse un chorro de aceite motor a cada cilindro por temor a que pudiera arrastrar algún pistón del tiempo que llevaba sin arrancarlo.
Al abrir la puerta y oler el aroma inconfundible de su interior me vinieron infinidad de recuerdos y volví a sentir la emoción de tantos momentos vividos en el 951. Me senté, y como tantas y tantas veces una vez más me volvió a sorprender la calidad mecánica de este vehículo de hace 25 años, pues no había terminado de girar la llave cuando el motor cobró vida con su característico zumbido sin pretensiones.
Por un momento me asusté de ver el humo negro que salía del escape pero recordé que era el aceite que le había puesto en los cilindros a modo preventivo y pronto los humos salieron normales. Llamé a un amigo que me había estado insistiendo en que lo arrancase y le acerqué el teléfono al motor dando acelerones con el cable.
"Ha arrancado a la primera. ¡Como siempre!"
Pero los humos del principio habían dejado una nube gris en el parking y era mejor sacar el coche de allí cuanto antes. La otra cosa que solucionar era la falta de presión en los neumáticos y menuda experiencia subir las tres rampas del parking hasta la calle culeando y chirriando como un dragster.
Una vez en la calle, bajé lentamente hasta la estación de servicio más cercana acostumbrándome de nuevo a la postura al volante, a su tacto y admirando la sencillez funcional del cuadro y de los mandos. Ya con las presiones correctas tocaba hacerlo rodar en autovía hasta que los neumáticos deformados se recuperasen y dejasen de hacer brincar al coche.
En cuanto la temperatura del motor y la presión del aceite se pusieron normales llegó el momento que había estado esperando. Comprobar el estado del turbo. Era tarde y no había tráfico, así que rodando por una larga avenida lo fui subiendo de vueltas y de marcha con un ojo en el reloj hasta que en tercera pisé a fondo y el coche salío catapultado hacia adelante como en sus mejores tiempos. El turbo estaba bien.
Una hora más tarde, después de rodarlo en autovía, los neumáticos ya no brincaban y fui a recoger a aquel amigo persistente para hacer unas curvas. De camino allí, acelerando en los túneles volví a escuchar el grave bramido del escape cuando subía de marcha acelerando y entraba el turbo. Algo que siempre me ha sorprendido ya que el motor en sí no es nada ruidoso.
Recogí a mi amigo y bajamos la capota para oir mejor al motor en marcha. Al llegar a la carretera ratonera empezó la segunda parte de la resurrección del coche. Probarlo en curvas. Los neumáticos ya habían cogido temperatura y resultó francamente divertido apretarlo en subida. Con las barras estabilizadoras daba mucha confianza. El motor respondía y haciendo punta y tacón el turbo entraba con ganas saliendo de cada curva.
Solo soltaron algún chirrido los neumáticos delanteros que ya toca cambiar cuando lo probó mi amigo en bajada. Todavía tengo pendiente revisar las homocinéticas y cambiarle el líquido de los frenos pero me doy por satisfecho con su resurrección.
Dejé a mi amigo en su casa y luego no fui capaz de aparcarlo hasta las tantas de la madrugada. Estos coches son así.
Siendo un coche puramente de disfrute, siempre intento tenerlo al 100% y cuando empecé a oir algún ruido esporádico de las homocinéticas con la marcha atrás pensé que sería mejor pararlo hasta poder revisarlas. También tocaría pronto poner neumáticos delanteros, revisar la batería, etc.
De modo que el coche se pasó 30 meses bajo su lona hasta que el sábado decidí resucitarlo. Llené de ácido la batería nueva y la cargué. Cuando compré el coche hace años vivía fuera de España y había llegado a estar algo más de un año aparcado, pero nunca tanto tiempo como ahora. Así que esta vez también le saqué las bujías y con una jeringa le puse un chorro de aceite motor a cada cilindro por temor a que pudiera arrastrar algún pistón del tiempo que llevaba sin arrancarlo.
Al abrir la puerta y oler el aroma inconfundible de su interior me vinieron infinidad de recuerdos y volví a sentir la emoción de tantos momentos vividos en el 951. Me senté, y como tantas y tantas veces una vez más me volvió a sorprender la calidad mecánica de este vehículo de hace 25 años, pues no había terminado de girar la llave cuando el motor cobró vida con su característico zumbido sin pretensiones.
Por un momento me asusté de ver el humo negro que salía del escape pero recordé que era el aceite que le había puesto en los cilindros a modo preventivo y pronto los humos salieron normales. Llamé a un amigo que me había estado insistiendo en que lo arrancase y le acerqué el teléfono al motor dando acelerones con el cable.
"Ha arrancado a la primera. ¡Como siempre!"
Pero los humos del principio habían dejado una nube gris en el parking y era mejor sacar el coche de allí cuanto antes. La otra cosa que solucionar era la falta de presión en los neumáticos y menuda experiencia subir las tres rampas del parking hasta la calle culeando y chirriando como un dragster.
Una vez en la calle, bajé lentamente hasta la estación de servicio más cercana acostumbrándome de nuevo a la postura al volante, a su tacto y admirando la sencillez funcional del cuadro y de los mandos. Ya con las presiones correctas tocaba hacerlo rodar en autovía hasta que los neumáticos deformados se recuperasen y dejasen de hacer brincar al coche.
En cuanto la temperatura del motor y la presión del aceite se pusieron normales llegó el momento que había estado esperando. Comprobar el estado del turbo. Era tarde y no había tráfico, así que rodando por una larga avenida lo fui subiendo de vueltas y de marcha con un ojo en el reloj hasta que en tercera pisé a fondo y el coche salío catapultado hacia adelante como en sus mejores tiempos. El turbo estaba bien.
Una hora más tarde, después de rodarlo en autovía, los neumáticos ya no brincaban y fui a recoger a aquel amigo persistente para hacer unas curvas. De camino allí, acelerando en los túneles volví a escuchar el grave bramido del escape cuando subía de marcha acelerando y entraba el turbo. Algo que siempre me ha sorprendido ya que el motor en sí no es nada ruidoso.
Recogí a mi amigo y bajamos la capota para oir mejor al motor en marcha. Al llegar a la carretera ratonera empezó la segunda parte de la resurrección del coche. Probarlo en curvas. Los neumáticos ya habían cogido temperatura y resultó francamente divertido apretarlo en subida. Con las barras estabilizadoras daba mucha confianza. El motor respondía y haciendo punta y tacón el turbo entraba con ganas saliendo de cada curva.
Solo soltaron algún chirrido los neumáticos delanteros que ya toca cambiar cuando lo probó mi amigo en bajada. Todavía tengo pendiente revisar las homocinéticas y cambiarle el líquido de los frenos pero me doy por satisfecho con su resurrección.
Dejé a mi amigo en su casa y luego no fui capaz de aparcarlo hasta las tantas de la madrugada. Estos coches son así.
Aucun commentaire:
Enregistrer un commentaire